Satya , Verdad; es el segundo de los Yamas, la guía ética y moral que Patanjali recoge en sus Sutras.
El concepto verdad es algo muy básico: conformidad entre lo que una persona manifiesta y lo que ha experimentado, piensa o siente, antónimo: mentira. Incluso se podría considerar que no hay lugar para las medias tintas, o eres honesto o no lo eres. Sin embargo, la realidad es que el espectro que nos lleva de decir la verdad a no decirla es muy amplio y presenta bastantes recovecos. Casi todos hemos mentido alguna vez, y mentir no va necesariamente acompañado de mala intención. Mentimos cuando nos sentimos amenazados, o empequeñecidos y mentimos cuando nos engañamos a nosotros mismos con las «historias» que nos contamos.
La palabra honestidad , en su dimensión más amplia, pone el listón muy alto. No sólo en lo que a decir la verdad se refiere, sino a que implica ser consecuente con tus palabras , intenciones y acciones. Cuántas veces elaboramos nuestras intenciones para quedarse después en una mera lista de ojalás. Establecerse en la filosofía de Satya requiere que seamos cuidadosos con la elección de nuestras intenciones porque debemos asumir la responsabilidad que supone llevarlas a cabo o decidir desecharlas de forma consciente.
Hay muchos tipos de verdades, y muchas formas de transmitirlas. Una verdad dicha desde de la no compasión y el amor puede interponerse de forma directa con Ahimsa, no violencia. La auténtica conexión se produce cuando se realiza desde el corazón, y no desde el hecho de soltar «verdades» sin ton ni son y cargar al otro con nuestras historias. Es importante ser consciente del efecto que nuestras palabras pueden tener, y sobre todo ser consciente del origen de la intención desde la cuál se comunican. Hay verdades que se dicen para «descargar» culpas y mentiras que se dicen para no afrontar situaciones que nos incomodan.
Durante una de las conferencias que realizan mis profesores plantee una pregunta sobre las mentiras piadosas. El ejemplo que puse fue uno personal, que puede no ser importante a simple vista , o sí, pero que creo refleja bien el caso de las no verdades que decimos con la intención de proteger al otro. Mi medio de transporte habitual es la moto, mi padre no lo sabe y se preocuparía muchísimo si lo supiese; para ahorrarle el «disgusto» cada vez que me pregunta cómo me desplazo por Madrid le digo que en transporte público. Mi intención es la de no preocuparle con un dato que considero no le aporta nada. Cuando lo planteé en la charla la sugerencia fue que fuese honesta con mi padre. ¿Me gustaría que mis hijos me ocultasen un dato así? O ¿cuál es el motivo real? ¿no preocupar a mi padre o no pasar por el «trago» de tener que admitir un hecho que puede ser motivo de discusión?
Mis profesores me dijeron que es mil veces mejor una verdad fea comunicada desde el cariño y la conexión que una mentira bonita, pero que por supuesto la decisión es personal.
Según Richard Freeman las verdades que hacen daño incumplen Ahimsa. Pero ¿hasta qué punto estamos dispuestos a definir esa delgada línea?
No lo se. Le sigo dando vueltas y sigo sin tenerlo claro. Soy más partidaria reflexionar cuidadosamente lo que voy a comunicar y tener en cuenta las consecuencias antes de decir una verdad que puede hacer daño por simple hecho de decirla. Hay verdades que no aportan nada y mentiras bonitas que terminan convirtiéndose en un monstruo de desproporcionadas dimensiones que crean enormes distancias.
Seguramente todo empiece por ser verdaderamente honesto con uno mismo.